Los invitados a la cena de Nochebuena no
paran de llegar y van entonando distintas conversaciones, unas más
banales, otras de viejos recuerdos, causadas por el tiempo de no haberse
visto, la mayoría, desde las Navidades pasadas. Los culpables: el
trabajo, la familia, el vivir por distintos puntos de la geografía
española. Cada cual exponía la excusa de no estar disponible para los
demás de la forma más convincente posible.
Por el acontecimiento y por el número de
personas, la familia y las partes anexas a ellas, decidieron que iban a
realizarlo en un restaurante de moda, que se encontraba a un precio
asequible para ser la época. Se había tenido que reservar casi en
Septiembre, para que todos pudieran planear con anticipación, el acudir
al evento.
Todo el mundo se fijó en que el Centro de
Mesa no era el típico de Navidad, con las flores rojas de Pascua ni los
típicos muñecos estereotipos. Había, eso sí, un árbol de unos 30 cm. de
altura, un bonsái de pequeño abeto, decorado con lo justo y necesario
para ser correspondiente a las fechas. Sin embargo, no desentonaba del
resto de la decoración y había uno en cada mesa. Todos los niños querían
tocarlo, mientras los padres intentaban evitarlo por todos los medios.
Debajo de él, había tantas cajitas de
regalo como invitados tenía la mesa. Miraron a las que tenían 2 ó 4
comensales y eran el mismo número de cajitas. En la suya había 30,
exactamente, como el número de invitados.
Se anunció que, hasta las 21.15 horas, no
empezaría nadie a cenar. Era una orden que venía a través de la
megafonía. Se indicó que no se aceptarían más invitados y que se
cerrarían las puertas del restaurante, ya que todas las mesas estaban
ocupadas.
Fue una sorpresa para todos los
asistentes, que desconocían las costumbres del local. Mas era Navidad y
todo el mundo quiso seguir las normas, sin ninguna protesta.
A las 21:00, se pidió a todos los
asistentes que se sentaran a cenar. Y los camareros empezaron a repartir
sobres a todos los comensales. Cuando los abrieron, tenían dentro una
cinta de colores, con una pequeña etiqueta. En ella, tenían que apuntar
el nombre de mesa y su nombre completo.
A las 21:10, los camareros volvieron a
salir, esta vez, con un gran cubo de metal, decorado en su exterior con
Flores de Pascua y se pidió a todos por megafonía, que hicieran entrega
de su teléfono móvil. El cubo sería tapado y puesto al pie del árbol que
hacía de centro de mesa, relajando a los asistentes, que siempre lo
tendrían a la vista.
La curiosidad hizo que todo el mundo
pusiera la cinta correspondiente sobre su móvil y siguieran las
indicaciones, aunque no faltaron las reticencias, lo que hizo que la
operación se alargara casi 15 minutos. El hambre de los demás asistentes
hizo claudicar a los resistentes del hecho.
Una nueva voz de Megafonía, anunció algo
nuevo. No había que esperar a después de la Cena para poder abrir las
cajas de debajo del árbol. Todo el mundo cogió una, menos la gente mayor
a la que se las acercaron, menos a los niños, que querían coger todas
las cajas. Los bebés no se enteraron de mucho más que mirar las luces
que decoraban la mesa y las paredes, abriendo los ojos de par en par.
Al abrir la caja, la mayoría se quedó
extrañada, porque sólo había un pequeño papel doblado, llamativo eso sí,
por su forma de pergamino quemado en las puntas y costados.
En todos ponía lo mismo:
“Mira a tu izquierda,Mira a tu derecha,Mira al frente,Y revisa que todos tus invitados están.Ahora, abrázate a cada uno de ellos.Dale las gracias por venir.”
Los más atrevidos iniciaron al instante
la operación, lo que hizo que, poco a poco, todos y cada uno de los
invitados del restaurante, hicieran más esfuerzo por entrar en la
dinámica impuesta.
Al cabo de 10 minutos, todos, niños,
abuelos, padres, no padres, parejas, matrimonios, cuñados, tíos,
sobrinos, no sabían por qué, pero sonreían y se sentían, en cierto modo,
bien consigo mismos y sobre todo, con los que estaban en derredor. Las
ironías volvieron, las carcajadas, los chistes, las caricias en las
manos, dejaron paso a paso mella en cada uno de los corazones.
Sólo volvieron a la realidad cuando
vieron que los camareros surgían de la penumbra con los primeros platos
que se iban a servir en aquella cena inesperada. Las conversaciones
fueron surgiendo solas al cabo de una perfecta velada.
Los móviles tintineaban, posiblemente,
llenos de mensajes, en el interior de los cubos de metal. Sin embargo,
aquella noche, se convirtieron en un simple himno musical de fondo, casi
inapreciable, para unas Navidades.
TAMBIEN PUBLICADO EN PESCANDOPALABRASYREDES: http://pescandopalabrasyredes.wordpress.com/navidad-2014/abrazos-navidenos-por-ruben-bustos/
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