Hay veces que es tarde para
comprender y entender las cosas. Ahora, estoy entre tinieblas, mis ojos
parpadean anestesiados, rápido descienden para no dejarme ver. La cabeza da
vueltas, crujen mis neuronas, como si de una gran resaca se tratase. Apenas, podía
recordar porque estaba así. Mi cerebro me enviaba mensajes sobre mi postura,
mas aún no estaba nada clara. Lo más posible es que me encontrara sentado, por
los espamos que daba mi columna vertebral, que era lo que me hacía mostrar, muy
de vez en cuando, mis pupilas, aunque no era mucha la luz que por ellas pasaba.
Poco a poco, también empecé a
sentir dolor en las muñecas, del roce continuado de un metal completamente
frío, casi glacial. Y los aguijonazos que sufrían los maleólos de mis tobillos
tenían un sentimiento de soledad y
prisión, adorados con cuerdas.
No recuerdo porqué llegué aquí.
Mis conexiones cerebrales traían flashes, hacia delante y detrás como un VHS
antiguo. BackForward continuos con escenas inconexas. Por ejercer un poco de
positividad, quizá eso era bueno. Y las cabezadas comenzaban a disminuir,
pareciendo que el sueño daba paso a un atisbo de lucidez.
Las fuerzas, a pesar de no ser
muy numerosas, comenzaban a llegar y vi los grilletes, que sostenían mi razón
atada a la silla. Mi primer impulso fue gritar “¡Sacarme de aquí!”, pero mis
cuerdas vocales estaban adormecidas aún.
Conseguí girar un poco el cuello
a izquierda y derecha. Mejor no haber despertado. No era el único, había más
sillas en las penumbras con cuerpos, unos inertes, otros, que intentaban
desesperadamente moverse. Gemidos y chasquidos llegaban de gargantas
adicionales a los pequeños movimientos que nos permitían nuestras pequeñas
prisiones.
Ahora recuerdo, que, podría ser 1
de noviembre, o quizá no. Ayer, antesdeayer o cualquier otro día, no lo sé, ya
que el hambre que hacía rugir mis tripas parecía no tener fin. Las imágenes de
mi cabeza rememoran una fiesta de Halloween. Fui con ilusión, porque estaba
allí aquella chica que conocí en el metro. Fue quien me dio la invitación para
acudir a la fiesta. Y el plan era muy bueno, porque ese fin de semana todos mis
amigos se iban de puente. No me quedaría en casa.
El arrepentimiento empieza a
centrarse en mi cabeza. ¿Por qué fui? ¿Ella me encantó? ¿Qué paso, parecía una
fiesta normal? ¿Bebí tanto como para perder el conocimiento? En estos momentos,
pensar es tardío. Puede que lo tenga que aprender, ya no sea posible hacerlo.
Una sombra aparece por la
habitación, toda negra y más oscura que la propia habitación. En sus manos dos
pequeños relámpagos llegan hasta mis nervios ópticos. Uno parece un cuchillo de
grandes dimensiones, el otro es más grande aún. Parece hecho de metal, pero con
algún material más, con una forma alargada.
Utiliza el cuchillo para hacer
saltar las ataduras de uno de mis compañeros y suelta los grilletes que
desgarran sus muñecas. Las mías están degradadas y empiezo a notar como el
líquido sanguíneo de mi interior se expande por mi antebrazo y mis manos.
Después, se echa el cuerpo a la
espalda. Se lo lleva, cerrando tras de sí, una puerta que chirría, de forma
estridente, apisonando mis oídos. Pobres, mis tímpanos. El silencio recubre
toda la escena a partir del sonido de un manojo de llaves.
Tiemblo, intento llorar, mis
lágrimas apenas son líquidas. Noto el escozor que recubre mi córnea
continuamente. Sigo queriendo gritar. Apenas sale aire de mis pulmones y el
esfuerzo es supremo, para emitir un pequeño “clic” desde lo profundo de mi
alma.
Vuelve a crecer la intensidad de
mis emociones, y me imagino que la ansiedad es la mayor de ellas. Seguro que
alguno de los presentes siente lo mismo que yo. Eso no me alivia en demasía, ni
siquiera una pizca de valor me aporta. Y en ese momento, la puerta se abre.
La sombra se dirige a por mí.
Sigue el mismo ritual. Y, en una milésima de segundo, me encuentro apoyado con
mi torso en su espalda, colgado de su hombro y muerto de dolor.
Creía que lo peor había pasado y
mi ilusión fue desestimada.
La otra habitación era una
carnicería. Humana. O al menos partes de los cuerpos humanos son los que
estaban colgados sobre las paredes.
Sentía frío, destrozó mi disfraz
rajándolo con el cuchillo. Indefenso, destrozado. Sé cuál es ahora el otro
elemento que resplandecía. El filo de un hacha. Lo último que siento es como se
hunde en mi cabeza. Y mi destino, un interrogante.
PUBLICADO EN EL ESPECIAL DE HALLOWEEN DE PALABRAS Y REDES: http://t.co/LPepM4Xq1H
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