lunes, 4 de noviembre de 2013

La Moneda

La tiró hacia el aire impuro que reina aquí, desde que él llegó. Le hacía gracia el juego que había descubierto, y no parecía dispuesto a dejarlo. 

Ya hace un mes que salió de una alcantarilla y nadie ha podido dar una explicación racional sobre su aparición. Y yo era el culpable. Rendido, escondido en un cubo de basura.

La lanzaba al aire, una y otra vez. La balanceaba un poco, la recogía y la volvía a golpear hacia arriba. Y yo era el único culpable. Con grandes remordimientos, en mi maloliente zulo.

Cogió a Marian por la cabeza, la vecina de enfrente, se la arrancó y llevaba un rato lanzándola hacia el pequeño viento que corría esa mañana. Y todo, porque me había visto, aburrido, impulsando una moneda con el pulgar y jugueteando con ella. Sólo que aquel monstruo de tres metros de altura, y con terribles tentáculos, necesitaba un juguete con respecto a su tamaño.

¿Cómo lo cogiste?

-          ¿Cómo lo cogiste?
-          Al vuelo.
-          ¿Seguro? Si era un tren.
-          Por eso.
-          ¿Y eso te daba derecho a presentarte así? ¿Sucio de arriba abajo?
-          Al menos, he llegado. Quería verte.
-          Eres un enredo, como siempre.
-          Te quiero.
-          Y yo a ti.

Y el viaje de novios empezó de la mejor forma. Con un beso.