Era de noche y caminaba por el
bosque. Todo era oscuridad, pero necesitaba encontrar algo para poder cenar.
Algo con lo que subsistir. También llevaba mi cántara de agua. Así que lo
primero que hice fue dirigirme al manantial. Caminaba pensando que iba por
lugar seguro. Conocía el camino aún a tientas.
Mi sorpresa llegó cuando la
poca luz que había, me dejaba vislumbrar una sombra que salía del agua. Sus
curvas eran de mujer, casi perfectas. Me acerqué con sigilo. Ví que era bella.
Estaba desnuda. Pero ví algo extraño. Del final de su espalda salía un enorme
rabo rojo, mientras algo asomaba por encima de su cabeza. Me miró de
reojo. Me asusté. Salí corriendo. Se me cayó la cántara. Sonó con
estruendo. Llegué a mi cabaña y cerré todo de un portazo. Me acurruqué en un
rincón.
Por encima de la mesa que tenía al lado, empezaron a aparecer algunas viandas. Como de la nada. Y en sus manos, había aparecido un pequeño papel. Lo abrió. Y ponía: "No temas. Adoro que los mortales tengan ocasión de verme, por eso me baño desnuda. Quiero sentir el placer de las mujeres cuando las desean. Esta noche tienes la cena preparada. Tu vergüenza me ha hecho sentir bien. Y es mi manera de agradecértelo."
De pronto, un golpe seco resuena en su cabeza, mientras está leyendo la nota. Le hace volver a su ser. Todos le están mirando. El que dirige la partida ha sido el causante del golpe, con un papel enrollado. Ahora recuerda que la partida iba de encuentros con hadas en la tierra de Frigor, cerca de las marismas. Él había caído dentro de una celda de castigo, porque su hada no era tal figura. Era una malvada diabla que lo había engatusado. Soñoliento aún, todos se impacientan con él: “¿Quieres tirar ya? Que ya has alargado la partida lo suficiente.”
El Máster de la partida no hace más que golpear con las yemas de los dedos en la mesa, repicando constantemente. Y todos los demás están por hacer lo mismo.