lunes, 31 de marzo de 2014

Nybras



Invocado y recién llegado desde los más profundos avernos, Nybras no atascaba en su discurso sobre las bondades del Infierno. Eludía hablar de gritos y martirios en todo momento, o de trágicos castigos, mas evocaba la desnudez impura de las diablesas y los príncipes de las tinieblas, aumentando la tentación, evocándolos con amplio detalle, definiendo las curvas trepidantes de ellas y los imponentes músculos de ellos.

El demonio horadaba cualquier pretexto o excusa para incumplir los mandatos, convenciendo a gran parte de los esotéricos asistentes al paso hacia la oscuridad. Exponía las ingentes cantidades de comida, bebida y otros placeres de la vida terrenal, quintuplicando su valor verdadero.

La invocación de Nybras había sido aleatoria y así todos creían que había sido. Y se sentían agraciados por su visita. Gracias a la confianza que se estaba ganando entre sus nuevos adeptos, uno de ellos, en lo que se podría parecer a un momento de lucidez, o quizá no, uno de los participantes preguntó: “¿También importan los pecados ya cometidos? Ninguno de nosotros ha ido a misa en los últimos años, ni ha acudido a confesión…”

Nybras se carcajeó. Era una inmejorable ocasión e inundó la habitación de un fuego agresivo y destructivo, casi animal. Sus cuerpos tendían a transformarse en ceniza, sin poder articular sonido alguno. Apenas en segundos, ni siquiera sus células podían respirar.

Pensó, “Me has ahorrado gran trabajo.” Y se los llevó al infierno, sin tener que dar una sola explicación más. Ninguno se salvó de aquella hoguera. Al llegar ya sabía lo que iba a ocurrir, pero les dio una oportunidad de hacerlo. Sólo valía no vanagloriarse, y al menos, tener indicios de arrepentimiento. Además, él no pretendía aludir al miedo, sino que ellos mismos fueran destruyéndose a sí mismos, para portear sus corruptas almas al Hades.

domingo, 2 de marzo de 2014

Whisky Doble



El Salón destilaba humo de tabaco puro. La espesa niebla decoraba las botellas que se situaban sobre las estanterías de detrás de la barra y el olor penetraba en todos los rincones de aquel antro. Con todo, se respiraba tranquilidad. Apenas había ruido de fondo y pocas personas estaban en aquel sitio. El camarero y un par de mesas alejadas tenían vida alojada en sus sillas.

Allí estaba yo sentado en una mesa, con un whisky doble encima de una servilleta, con el negativo de mis labios sobre su apertura, en el lado más cercano a mí, mis huellas dactilares sobre el cuerpo del vaso, apenas visibles a primera vista. Era todo lo que centraba mi atención en aquellos momentos, como saboreaban aquel licor mis papilas, como recorría ese irlandés mi gaznate.

Alcé la vista y dos sombras de negro atravesaron la puerta. Avanzaban deprisa, sus pies apenas tocaban el suelo. Se dirigían contra una de aquellas mesas que antes mencioné, mientras observé algo brillante entre los guantes negros que portaban aquellas sombras. Imaginé lo que era y lo que iban a hacer, un trabajo rápido. El objetivo estaba jugando a las cartas, con un puro humeante y riéndose a carcajadas.

Miré, por un momento, hacia el techo, donde había una lámpara de araña y activé el dispositivo. La inmensa lámpara cayó sobre los atacantes, hiriéndolos y dejándolos indefensos, pudiendo atraparlos con facilidad entre el camarero y los otros asistentes de la mesa contigua. 

Todo había salido a la perfección, desde la vigilancia, el cebo, la trampa y la captura. Hacía tiempo que estábamos detrás de aquellos mercenarios. No me hacía falta enseñar mi placa al camarero, también era de los nuestros. Ahora sí que podía disfrutar de mi whisky doble sin distracciones.


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