lunes, 1 de diciembre de 2014

Conexiones

El intercomunicador sonaba de manera estrepitosa … 

Bip, bip, bip... Bip, bip, bip...

Se levantó y cogió el auricular con desgana, casi despectivamente. Las fases de aburrimiento en aquel trabajo eran más que largas y no esperaba nada de acción. De todas formas, pensó, “por fin, alguien al otro lado”.

Entre interferencias, puesto que el intercomunicador también se encontraba desfasado y remilgaba de sus funciones, se oyó una voz familiar, que le reclamaba.

Intentó de todas las maneras posibles responder, mas la conexión impedía cualquier tipo de comunicación. Aunque el timbre de voz le llamaba cada vez con más fuerza.

Por fin, abrió los ojos y vio quién le llamaba, aunque apenas pudo ver el bulto de su figura. El Bip, bip, bip provenía de la máquina que le había mantenido con vida. Cables, cánulas y conexiones rodeaban su cuerpo.

Del otro lado, una sonrisa y algo que creyó percibir como lágrimas de alegría, le dieron más fuerza para poder comunicarse. Pronto, se recuperaría.

martes, 4 de noviembre de 2014

Tiempo de Aprender



Hay veces que es tarde para comprender y entender las cosas. Ahora, estoy entre tinieblas, mis ojos parpadean anestesiados, rápido descienden para no dejarme ver. La cabeza da vueltas, crujen mis neuronas, como si de una gran resaca se tratase. Apenas, podía recordar porque estaba así. Mi cerebro me enviaba mensajes sobre mi postura, mas aún no estaba nada clara. Lo más posible es que me encontrara sentado, por los espamos que daba mi columna vertebral, que era lo que me hacía mostrar, muy de vez en cuando, mis pupilas, aunque no era mucha la luz que por ellas pasaba.

Poco a poco, también empecé a sentir dolor en las muñecas, del roce continuado de un metal completamente frío, casi glacial. Y los aguijonazos que sufrían los maleólos de mis tobillos tenían  un sentimiento de soledad y prisión, adorados con cuerdas.

No recuerdo porqué llegué aquí. Mis conexiones cerebrales traían flashes, hacia delante y detrás como un VHS antiguo. BackForward continuos con escenas inconexas. Por ejercer un poco de positividad, quizá eso era bueno. Y las cabezadas comenzaban a disminuir, pareciendo que el sueño daba paso a un atisbo de lucidez.

Las fuerzas, a pesar de no ser muy numerosas, comenzaban a llegar y vi los grilletes, que sostenían mi razón atada a la silla. Mi primer impulso fue gritar “¡Sacarme de aquí!”, pero mis cuerdas vocales estaban adormecidas aún. 

Conseguí girar un poco el cuello a izquierda y derecha. Mejor no haber despertado. No era el único, había más sillas en las penumbras con cuerpos, unos inertes, otros, que intentaban desesperadamente moverse. Gemidos y chasquidos llegaban de gargantas adicionales a los pequeños movimientos que nos permitían nuestras pequeñas prisiones.

Ahora recuerdo, que, podría ser 1 de noviembre, o quizá no. Ayer, antesdeayer o cualquier otro día, no lo sé, ya que el hambre que hacía rugir mis tripas parecía no tener fin. Las imágenes de mi cabeza rememoran una fiesta de Halloween. Fui con ilusión, porque estaba allí aquella chica que conocí en el metro. Fue quien me dio la invitación para acudir a la fiesta. Y el plan era muy bueno, porque ese fin de semana todos mis amigos se iban de puente. No me quedaría en casa.

El arrepentimiento empieza a centrarse en mi cabeza. ¿Por qué fui? ¿Ella me encantó? ¿Qué paso, parecía una fiesta normal? ¿Bebí tanto como para perder el conocimiento? En estos momentos, pensar es tardío. Puede que lo tenga que aprender, ya no sea posible hacerlo.

Una sombra aparece por la habitación, toda negra y más oscura que la propia habitación. En sus manos dos pequeños relámpagos llegan hasta mis nervios ópticos. Uno parece un cuchillo de grandes dimensiones, el otro es más grande aún. Parece hecho de metal, pero con algún material más, con una forma alargada.

Utiliza el cuchillo para hacer saltar las ataduras de uno de mis compañeros y suelta los grilletes que desgarran sus muñecas. Las mías están degradadas y empiezo a notar como el líquido sanguíneo de mi interior se expande por mi antebrazo y mis manos.

Después, se echa el cuerpo a la espalda. Se lo lleva, cerrando tras de sí, una puerta que chirría, de forma estridente, apisonando mis oídos. Pobres, mis tímpanos. El silencio recubre toda la escena a partir del sonido de un manojo de llaves.

Tiemblo, intento llorar, mis lágrimas apenas son líquidas. Noto el escozor que recubre mi córnea continuamente. Sigo queriendo gritar. Apenas sale aire de mis pulmones y el esfuerzo es supremo, para emitir un pequeño “clic” desde lo profundo de mi alma.

Vuelve a crecer la intensidad de mis emociones, y me imagino que la ansiedad es la mayor de ellas. Seguro que alguno de los presentes siente lo mismo que yo. Eso no me alivia en demasía, ni siquiera una pizca de valor me aporta. Y en ese momento, la puerta se abre.

La sombra se dirige a por mí. Sigue el mismo ritual. Y, en una milésima de segundo, me encuentro apoyado con mi torso en su espalda, colgado de su hombro y muerto de dolor. 

Creía que lo peor había pasado y mi ilusión fue desestimada.

La otra habitación era una carnicería. Humana. O al menos partes de los cuerpos humanos son los que estaban colgados sobre las paredes.

Sentía frío, destrozó mi disfraz rajándolo con el cuchillo. Indefenso, destrozado. Sé cuál es ahora el otro elemento que resplandecía. El filo de un hacha. Lo último que siento es como se hunde en mi cabeza. Y mi destino, un interrogante.


PUBLICADO EN EL ESPECIAL DE HALLOWEEN DE PALABRAS Y REDES: http://t.co/LPepM4Xq1H 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Construyendo la Tela de Araña


Su visión era de lo más potente y así,  ocho ojos decían lo mismo. “Creo que se te ha curvado la seda de esa rectilínea figura”. Había algo que no encajaba para terminar la tela de araña que estaba disponiendo, y no era porque no fuera perfecta en su forma. En verdad, no sabía lo que la intranquilizaba a la hora de volver a pasear por ella. Sabía que era consistente y que podría aguantar las inclemencias del tiempo, porque se había asegurado también de aislarla en un lugar oscuro y protegido de las lluvias.

Pasaba un mosquito por allí y se posó en una piedra cercana. No era tan tonto de caer así como así en una tela de araña. El arácnido volvió la cabeza junto a sus ocho patas al oír un zumbido que se paraba y miró hacia el mosquito. Creyendo que éste se iba a asustar, emitió un bufido, mas al mosquito poco le importó. Y comenzó a hablar:

-         -  La veo preocupada, señora araña. ¿Qué es lo que amedrenta tus neuronas?
-          - Creo que hay algo que no está bien de mi tela de araña y mis patas se estremecen.
-          - Yo la veo perfecta. Si fuera otro, ya habría caído en esa red.
-          - Le falta algo, lo sé. Intento averiguarlo.
-          - ¿Tiene alma? La arquitectura sin alma no nos dice nada.
-         -  ¿Y cómo hago eso?
-          - Espera un momento.

El mosquito salió por donde vino. La araña esperó. Poco tiempo después, aparecieron más de veinte mosquitos como acompañantes del primero. Se posaron al unísono y empezaron a hacer vibrar sus cuerpos, emitiendo un zumbido mucho más potente.

Era estrambótico, estridente, pero, poco a poco, se fue suavizando, convirtiéndose en una melodía ecuánime. Las patas de la araña dejaron de temblar y dejaron paso a un ir y venir de sus patas. Bailó y bailó mientras haciendo que sus ocho patas rebosarán de alegría y mientras sus pasos iban trayendo consigo una amplia reconversión de su sonrisa.

El zumbido paró. La araña era feliz y había disfrutado de su propia tela de araña. Ahora sí tenía alma y se sentía muy agradecida de su nueva casa.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Reviviendo Momentos


Por un instante, perder el tiempo admirando la posición de las estrellas y la luna.
Por ese momento, en el que admirar la belleza de una arquitectura bien diseñada.
Por ese soplo de caricias que recomponen todo tu cuerpo.

Por un minúsculo espacio de tiempo que recorrer con la vista esa delicada flor.
Por ese vistazo que hace que la espina dorsal esté a punto de caramelo.
Por ese minuto de pensamiento al que poder dedicar una sonrisa.

Por un golpeteo característico que rezuma y atrae tu confianza.
Por ese fragmento de aire que hace revivir a tus pulmones y a todo tu ser.
Por ese chasquido de sonido que evoca ese soniquete que segrega endorfinas en tu mente.

Por un milisegundo, despertar en mitad de la noche por soñar con un paisaje onírico.
Por ese olor que te hace recordar inmensas declaraciones de un tiempo pasado.
Por ese descubrimiento que una vez hiciste y que removió tu interna conciencia.

Añádele una pizca de aquello que aprendiste.

En realidad, sólo son estos momentos  los que valen de tu pasado.

domingo, 3 de agosto de 2014

La Cueva de los Duendes



En una noche luminosa, con la clarividencia que aportaba la Luna Llena, y el fragor de la brisa corriendo sobre nuestras cabezas, se nos ocurrió una idea. Acudir a las Cuevas de Basig, a investigar qué habría por allí. Una antigua leyenda decía que en ella habitaban duendes oscuros y el ansía de la juventud por descubrir lo prohibido se hizo más fuerte.

Eran aquella tierras calizas, y habituales en la consolidación de sus Karst subterráneos, una inspiración bastante incomparable. Así que asimos las linternas y quedamos a medianoche para una excursión, lóbrega e interesante.

Llegamos a la altura de la apertura de la primera de las cuevas y atravesamos su umbral, desapareciendo a nuestra retaguardia la luz que nos aportaba el astro celeste, quedando expuestos a la mínima luz de las linternas.

Caminamos más de una hora atravesando bosques de estalactitas y estalagmitas, que con algo más de luz deberían ser impresionantes en tamaño. Hasta que oímos un chasquido y un ruido de piedras golpeando entre sí.

La curiosidad fue más fuerte que la prudencia y nos acercamos, apuntalando con todas nuestras linternas hacia el mismo punto, a la misma pared. Lo que parecía ser unos hongos putrefactos iban de lado a lado de la cueva, y añadida rapidez en sus movimientos, sobre una altura no más allá de nuestras rodillas.

Una nueva dirección en nuestras linternas, mostró el verdadero rostro del portador de los hongos. Estaban en su cabeza y parecía más un camaleónico disfraz que en lo que creímos ver en un primer momento. Se paró, nos miró y abrió sus manos. Una pequeña esfera circular volaba entre sus manos, gris, inerte, de apariencia rocosa. 

La lanzó contra nosotros, y el único recuerdo que tenemos de aquel día es la visión de aquel extraño ser, sin poder recordar el camino que nos llevó a él. Amanecimos en la puerta de la cueva, con el sol cayendo sobre nuestras cabezas y sobre una hierba que contaba con el rigor rociero de la mañana.

martes, 1 de julio de 2014

Irié (El Ángel)

Algo salió mal, creaba dudas, en aquel nacimiento, en ese futuro ángel. El Hacedor creía haber equivocado las proporciones en su creación, desde que la flor, que algunos le darían el nombre de loto, desprecintara todo su exultante esplendor. 

La evolución de su cuerpo y sus alas eran de admirar, formando dibujos en el aire curvos, exóticos, llamativos. Su piel era blanca como se debía de presuponer, tersa, firme y se engalanaba a cada centímetro de toda su extensión. 

Pero la combinación no había sido acertada, las acuarelas estaban mal mezcladas cuando trabajó en la elaboración, o quizá era otra rareza que no había tenido en cuenta.

Su pelo era rojo como el de los ángeles caídos, similar en entonación al lago del infierno y sus alas se desplegaban oscurecidas. No del lógico blanco habitual, indicando su pureza y su discreción, no pudiendo mimetizarse con el entorno del cielo.

El Hacedor pensó qué hacer. Era prácticamente una obra impecable, digna de admiración. Algo cambió, así que tenía que cambiar de idea. Fue al almacén donde guardaba el material primario de la creación de ángeles. Se acordó que en una caja, remotamente escondida debajo de otras miles, tenía polvo de múrex. 

Así que tiñó y preparó los ropajes del nuevo ángel, disolviéndolos en agua. El color púrpura rápidamente se hizo con el tejido, conquistando cada fibra, sin posible renuncia a que la tela no sucumbiera en todo su ser.

Cuando el ángel estuvo completado, la llamó Irié y la dejo volar libremente. Era diferente sí, mas no le faltaba belleza. En eso no desentonaba.

sábado, 21 de junio de 2014

Vulneraria



No era época de buen clima, vientos y lluvias se hacían presentes a menudo. Ella estaba acostumbrada a la sequedad, al buen tiempo. No perdía su color rojizo, ni la apertura de su ilusión se desgranaba con facilidad. Su propio nombre la hacía parecer vulnerable, mas no lo era. De tallo fuerte y recio, aguantando vendavales que, para otras plantas, serían prácticamente mortales.

Aún así, se infundía a sí misma el convencimiento de que era pequeña, frágil o demasiado frágil a ciertos acontecimientos que parecían acontecer.

Una noche de tormenta, un rayo cayó, insensible, sobre un roble cercano. Le hizo daño, partió sus ramas y éstas cayeron al suelo. La cicatriz negra de su piel de escamas de madera duraría bastante tiempo hasta que se curase. Ella aguantó estoicamente a la tormenta, dándose cuenta de que su nombre podría estar equivocado. El roble, mucho más grande y fuerte que ella, sólo sobrevivió a un ataque feroz. También podría haber sido peor, puesto que el rayo no trajo con él las llamas que le podían haber hecho cenizas.

Puede, que, su propio tamaño fuera su gran fortaleza. Su corazón la hizo aguantar la tormenta, quizá, porque antes las adversidades, él es el que le hacía crecer y resplandecer.

sábado, 14 de junio de 2014

Sensaciones



Por una vez, noto como el Sol es quien me adora a mí. Recorre mi cuerpo, de milímetro en milímetro, con su cálido fragor, causando una profunda sensación de placidez. Mi piel empieza a sentir como pequeñas gotitas de humedad sudorosas se desplazan, despacio y sin detenerse. Abren la boca aspirando la brisa que atraviesan arena y mar, mientras yo empiezo a respirar su ambiente salino.

Poca ropa me cubre, mientras el calor y la humedad se van alojando en la epidermis porosa que cuida del interior de mi cuerpo, protegiéndolo.

Las plantas de mis pies aún tienen el recuerdo de sostenerse sobre terrenos de arena en polvo, de hecho ahora tienen su sabor por encima de ellos. Sólo incorporo el relax, solo transformando mi cerebro, provocando la pereza de las pequeñas neuronas que aún necesitaban actividad.

Las olas se encuentran jugando al gato y al ratón, pacíficamente unas veces, otras, agresivas, intentando hacerse con la brisa marina para sí mismas. Quieren que la bóveda celeste sea su amiga, que las trate de igual a igual.

Momentos, instantes, que se convierten en eternos, sin que el tiempo pase. El trabajo se pospone, debo alimentarme.