martes, 1 de julio de 2014

Irié (El Ángel)

Algo salió mal, creaba dudas, en aquel nacimiento, en ese futuro ángel. El Hacedor creía haber equivocado las proporciones en su creación, desde que la flor, que algunos le darían el nombre de loto, desprecintara todo su exultante esplendor. 

La evolución de su cuerpo y sus alas eran de admirar, formando dibujos en el aire curvos, exóticos, llamativos. Su piel era blanca como se debía de presuponer, tersa, firme y se engalanaba a cada centímetro de toda su extensión. 

Pero la combinación no había sido acertada, las acuarelas estaban mal mezcladas cuando trabajó en la elaboración, o quizá era otra rareza que no había tenido en cuenta.

Su pelo era rojo como el de los ángeles caídos, similar en entonación al lago del infierno y sus alas se desplegaban oscurecidas. No del lógico blanco habitual, indicando su pureza y su discreción, no pudiendo mimetizarse con el entorno del cielo.

El Hacedor pensó qué hacer. Era prácticamente una obra impecable, digna de admiración. Algo cambió, así que tenía que cambiar de idea. Fue al almacén donde guardaba el material primario de la creación de ángeles. Se acordó que en una caja, remotamente escondida debajo de otras miles, tenía polvo de múrex. 

Así que tiñó y preparó los ropajes del nuevo ángel, disolviéndolos en agua. El color púrpura rápidamente se hizo con el tejido, conquistando cada fibra, sin posible renuncia a que la tela no sucumbiera en todo su ser.

Cuando el ángel estuvo completado, la llamó Irié y la dejo volar libremente. Era diferente sí, mas no le faltaba belleza. En eso no desentonaba.