He tenido que trabajar toda la
noche intensamente. La recompensa, quizá, sea de las mejores que he tenido últimamente.
Mas arduo ha sido, y al mismo tiempo, creo que resultó más que perfecto, glorioso.
Ahora respiro aire puro que entra
por la ventana, mirando hacia el infinito soleado y cálido de esta mañana. Una
brisa que penetra fría y dulcemente por debajo de mi camisa entreabierta,
disipando por momentos la taquicardia que aún está encerrada en mi caja torácica.
Las pulsaciones han ido bajando,
consumiéndose a sí mismas, pero lenta y progresivamente hacia una posición
destilada de mi motor interno. Aún desconozco si la adrenalina finalizará
pronto de encauzarse en el río de mis venas y arterias, o podre descansar lo
que queda hasta el próximo encargo.
La verdad, es que esta vez,
disfruté del asesinato y no sólo por que iba a cobrar el triple de lo que
normalmente convenía. Se resistió. No fue esta vez tan sólida ni tan cuidada mi
obra y tendré que desaparecer por un tiempo. Tuve que limpiar todo y hacer abono con su cadáver. Por eso he estado ocupada hasta la vespertina luz del
amanecer.
Y sólo un pensamiento más: “¿Debería escribir mis memorias como
mercenaria? No lo sé, esperaré a que mis hormonas bajen y la serotonina sea más
fuerte que la actividad neuronal que ahora me acompaña.”