A la luz de las velas, en una
cueva, en solitario reposaba su cuerpo. El Apocalipsis había llegado por fin,
después de que su clarividencia la avisara de todo lo que iba a pasar. Era la
observadora del mundo y nadie la creyó cuando estaba avisando de los peligros.
Ahora ya no podía ver, no podía
dirigirse a nadie. El mundo ya no era lo que era. La destrucción de la capa de
ozono y la entrada de los rayos ultravioletas había calcinado a la población
humana sin más posibilidad de resurrección. Era la única superviviente de
aquellas civilizaciones perdidas, unas más desarrolladas que otras.
“To be or not to be”, citaba en su cabeza a Hamlet, como un
pensamiento permanente. Y empezó la transformación. Su cuerpo empezó a emanar
luz por cada uno de los poros de su piel, tan fuerte que la consigue
resquebrajar. Como una serpiente que cambia de piel, su transfiguración en la
Diosa que era dejó paso a la eliminación de la última parte de humanidad que
había en ella.
Lo había intentado todo, mas sus
mensajes fueron tomados como erróneos. Ahora ella sobreviviría. El cuerpo
humano que la aprisionaba a la vida mundana, ya no estaba.