Pasas por debajo de mí, sin
apenas darte cuenta. Recorres la Catedral de arriba abajo, su interior, veo
como pagas tu entrada. A ti y a más de mil personas al día, con mirada de
halcón y observo con gran detenimiento el paso del tiempo.
En mi cuerpo de piedra, en
posición de iniciar el vuelo, con la mandíbula batiente, mostrando mis
colmillos y mis alas comenzando a abrirse. Siempre en constante alerta, con los
ojos fríos, con los músculos en tensión.
Sólo me verás si te fijas en la
basa de mi columna, recorres su fuste y miras más allá del capitel sobre el que
estoy apoyado. Podré maravillarte o darte miedo, llegando a acompañarte en tus
pesadillas. Soy arte, y al mismo tiempo, el protector de la Catedral que debe
inspirar la ira de aquellos que no me inspiran.
Así vivo mi día, sin embargo,
cuando llega la noche, puedo relajarme. Mis músculos se extienden, se difieren
unos de los otros. Mi mandíbula deja de estar contraída. Me siento sobre el
capitel, dejo colgando los pies y respiro la brisa nocturna para sentirme vivo.