martes, 26 de mayo de 2015

La Gárgola



Pasas por debajo de mí, sin apenas darte cuenta. Recorres la Catedral de arriba abajo, su interior, veo como pagas tu entrada. A ti y a más de mil personas al día, con mirada de halcón y observo con gran detenimiento el paso del tiempo.

En mi cuerpo de piedra, en posición de iniciar el vuelo, con la mandíbula batiente, mostrando mis colmillos y mis alas comenzando a abrirse. Siempre en constante alerta, con los ojos fríos, con los músculos en tensión.

Sólo me verás si te fijas en la basa de mi columna, recorres su fuste y miras más allá del capitel sobre el que estoy apoyado. Podré maravillarte o darte miedo, llegando a acompañarte en tus pesadillas. Soy arte, y al mismo tiempo, el protector de la Catedral que debe inspirar la ira de aquellos que no me inspiran.

Así vivo mi día, sin embargo, cuando llega la noche, puedo relajarme. Mis músculos se extienden, se difieren unos de los otros. Mi mandíbula deja de estar contraída. Me siento sobre el capitel, dejo colgando los pies y respiro la brisa nocturna para sentirme vivo.