Sentía escalofríos por todo el
cuerpo, la humedad de su piel se correspondía con el mismo líquido rojo que
antes circulaba por sus venas y arterias, con menos presión, mas recorría cada
poro por el que pasaba.
La noche había comenzado
perfecta. Ahora no lo era tanto.
Sus fluidos iban cayendo sobre
una palangana, mientras ella esperaba. Tenía los ojos desorbitados,
relucientes, por el gran apetito que quería saciar. Se estaba revolviendo de
placer, haciendo hambre.
Unos ojos atractivos, potentes, hipnóticos,
y casi psicodélicos, enmarcados de la manera más perfecta posible y que hacían hace
apenas unas horas, el deleite de sus deseos y esperanzas para aquella noche.
Otra cuestión eran los colmillos que descubrió, y que fueron los que le
desgarraron poco a poco.
Se acercó, le miró y le apuntó
con el dedo, sin ser amenazador, sensual, casi con ternura y le susurró:" No tenías porque haber sido tú."
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