Ante el cántaro de bronce,
expuesto al fuego de la leña, se encontraban dos ancianos discutiendo sobre el
asunto del día.
La principal base de aquel debate era si incluir o no una
simple raíz de regaliz en el agua hirviendo, dado que cada cuál era partidario
de que la mezcla debía tener una composición en virtud de aquel minúsculo
fragmento de aroma penetrante.
- A ver, Gyopx, ¿Qué encontraría ahora en el caldero?
- Sunyx, ya lo sabes. La disolución ya es bastante caótica de por sí. Muérdago, un poco de hiedra, polvo de ajo, manzanilla de las Galias, ortiga blanca y verde, una pizca de vincapervinca y un compuesto triturado de flores de azahar, canela y menta piperita.
-
- ¿Y entonces para que le quieres añadir la punta
del regaliz?
- -
Para aliviar el sabor, para nada más.
- -
¿Eso te preocupa ahora?
- -
La verdad que sí. Esto va a saber a azufre. No
se lo va a tomar nadie.
- -
¿Pero no hemos dicho ya para lo qué sirve? Se lo
tendrán que beber.
- -
¿Por qué no lo preguntamos?
- - Entre que vamos y venimos, la disolución perderá
la concentración adecuada. Ya empezamos a tardar en llevar el encargo. Y todo
por un regaliz.
- - El regaliz tiene su importancia. Se curaran
antes si le damos una versión más agradable, porque se lo tomaran sin remilgos.
-
- ¡Por Tunisx! Déjalo estar ya.
Pero la conversación sobre el
regaliz se eternizó. Pasaron segundos, minutos, horas, la tarde, la mañana
siguiente. Y mientras tanto, el caldero fue provocando la evaporación de la
mezcla. Cuando se dieron cuenta, hubo que empezar de nuevo y el encargo llegó
aún más tarde.
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