Había caído. Después de tanto tiempo, estaba
destrozado, humillado. Era cruel descubrir por primera vez que lo magno
no era omnipotente. Quizá, sólo omnipresente, en boca de todos, de
reyes, de guerreros, de la gente del pueblo. A lo mejor era esa fama la
que ahora le hacía formar un barrizal en medio de la sequía, observando
como su alma se esparcía, expándiendose, buscando empapar a las
lombrices que comen de la tierra. Hoy les tocaba cambiar el menú.
Magnífico era el puñal que habían utilizado, preciso, raudo y veloz.
Agonizante, viéndose su alma, sólo quedaba rezar, suplicar y llorar para
que no fuera a las profundidades del averno. Que, al menos, si no fuera
al cielo, quedara en la superficie o sólo mojar las raíces de los
escasos árboles que le rodeaban.
Magna fue la esperanza hasta cerrarse los ojos. Después, ya no cabrían los recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario