De pronto,
despertó. Un pequeño ruido es la causa de ello. En la cómoda, se había caído el
marco de una fotografía. Una sombra se movía por la habitación y escapaba por
la ventana. No alcanzó a ver si la reconocía, sólo la vio salir. Parecía que
huía, casi no le dio tiempo a verla. O más bien, la sombra no se llegó a dejar
ver. La oscuridad de la noche se la había tragado ya.
Ella se
incorporó y sonó un cloc, duro y seco. Se había dado con algo. Algo le dolía,
pero no conseguía ver aquello con lo que había chocado. Palpó y notó una
especie de cristal. Siguió tocando y rodeaba por completo su cama. Una inmensa
burbuja la había aprisionado. Empezó a dar golpes, y ruidos secos no paraban de
llegar a sus oídos. Le retumbaban. Golpeó y golpeó, hasta que comprendió que
era inútil, que no iba a poder salir de allí. No encontraba la salida. Nadie
que la pudiera ayudar, alguien que pudiera extraer su cuerpo de su propia cama.
Ni volver a colocar el marco en su sitio sería capaz.
Hasta el amanecer se mantuvo despierta y entonces, con la aparición del sol, aquella celda transparente empezó a derretirse, a convertirse en agua que caía sobre su espalda. Apenas lo notó. Ya había llorado lo suficiente.
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