Quedaba diminuto, escaso,
pequeño, ante tal espectáculo. Desde los pies de tu cama, observaba cuán largas
eran tus piernas, lo lejos que quedaban tu corazón, y aún más lejos tu cabeza.
Era verano y dormías con poca ropa, tu piel aparecía por diferentes rincones.
Aquel cuerpo provocaba sensualidad, gustaba de ser visto. Se lucía ante mi
visión, delante de mis ojos.
Había entrado por la ventana,
porque se me negaba el entrar por la puerta. Era mi rato predilecto, con lo
poco que podía soñar, con lo máximo que podría acercarme en cualquier ocasión
añadida.
Una burbuja había inmensa a tu
alrededor, que te protegía, que hacía que hubiera un muro infranqueable, sólo
quedaba la perspectiva desde los pies de tu cama. Una maldición me habían
puesto, el sólo poder verte sin tocarte, y condenado estaba a visitarte a estas
horas. Maldita la limosna que no le di una vez a aquella gitana. Sólo sé que te
puedo prometer que buscaré como romper el hechizo.
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