Consiguió,
por fin, deshacerse del candado, aquel pequeño, y a la vez, gran obstáculo, que
impedía su paso hacia aquel entramado. Había podido entrar en aquella Iglesia.
De prácticamente, tres pasos y dos zancadas, se sitúo en el centro, en la cruceta.
Faltaban apenas dos minutos para las dos de la madrugada, contaba con poco
tiempo. Impaciente, da vueltas en círculo, en el lugar que indicaba la
profecía, donde descubriría el misterioso secreto, y que gracias a las
enseñanzas de su maestro pudo descifrar.
Un
minuto aún de espera le tenía en vilo. Descendían los segundos muy poco a poco,
casi de manera exasperante. Cincuenta, cuarenta, treinta… Quince segundos y
empiezan a caer pequeñas estrellitas de fuego hacia el suelo. Las indicaciones
eran claras: En ese momento debía echar el aceite en aquellas losetas y vería
el siguiente paso del enigma, y así lo hizo. Derramar el continente líquido de
una pequeña botellita. Mientras tanto, sin que él se diera cuenta y esperando
la aparición de aquel algo, una sombra le observa, mientras se va acercando
hasta su posición.
Un
haz de fuego empezaba a dibujar una silueta. Se acerca para intentar discernir
qué era aquello, pero una mano toca su hombro, mientras había atisbado algunas
letras que intentaba apuntar. Al darse la vuelta, sabía que el párroco le había
descubierto. Lo que no sabía es que el puñal que le atraviesa el corazón,
llevaba inscrito la estrella de David y el nombre de Lucifer, engalanado su
empuñadura de esmeraldas. Mientras es arrastrado, agoniza, y sólo le queda ver,
como su propia sangre rellena los huecos del mensaje oculto. El secreto ocupa
su último pensamiento. Y él se lo lleva consigo.
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