viernes, 27 de septiembre de 2013

El Alemán (29-09-08)

Habían conseguido sintonizar la radio y correteaban de un lado para otro. A pesar de llevar cuatro o, quizá, fueran cinco días sin comer. Sombras se movían de casa en casa. Delgadas, extremadamente deprisa. Eran más bien ropas voladoras lo que se observaba desde cualquier balcón. El motivo crucial era encontrar al “Alemán”. Ese ápodo no se lo había ganado, ni por tener ascendencia germana, ni había nacido en aquel país. Ni siquiera era rubio. Simplemente, vivió allí.

Todos los buscaban, con gran revuelo. A esas horas, fueron despertando a todos los habitantes del lugar. Hasta que se dio con él. En aquel pequeño pueblo francés se le necesitaba, se le rogaba, más que cualquier bocado. Le llevaron con el pijama, desaliñado, con el mismo aspecto famélico de galgo que tenían los demás.

Le llevaron hasta el pequeño transistor que habían conseguido hacer funcionar. Las palabras que surgían de aquel aparato hablaban en alemán. Él llegó, y con las primeras palabras, se le puso una sonrisa de extremo a extremo de la cara. Prestó cada vez más atención. Ajustó los oídos porque no creía lo que oía. La victoria aliada había llegado y se hablaba de rendición.

Cuando él alzó los brazos, los demás le miraban con cara de sorpresa. Abrazos y vítores llegaron cuando comunicó lo que había oído. Era la madrugada del dos al tres de septiembre de 1945. También él empezó a abrazarse a los demás y fue manteado como un héroe. Él y no otro más podría haber dado semejante primicia al pueblo: La caída del “Reich”.

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